Selfie Mortal: La obsesión digital que cobra vidas en destinos de ensueño, ¿Qué dice la psicología?
La obsesión por capturar el “selfie perfecto” ha dejado cicatrices más profundas que los simples tracks digitales en redes sociales.
Desde las faldas de un puente en Sri Lanka, donde una pareja arriesgó su vida para inmortalizar un tren que pasaba a baja velocidad, hasta el vértigo mortal de un acantilado en Cataluña, la necesidad de coleccionar “likes” y validación online se ha convertido en un imán de comportamientos extremos que, en más de 300 casos documentados entre 2008 y 2021, han costado la vida a viajeros alrededor del mundo.
La psicología detrás de la “búsqueda del like”
En el corazón de este fenómeno se encuentra la búsqueda casi adictiva de aprobación social. Los “selfies” –hoy símbolo de identidad y conexión– disparan en nuestro cerebro la liberación de dopamina, un neurotransmisor asociado con el placer y la recompensa.
Esta inyección de gratificación momentánea puede nublar la percepción de riesgo, llevando a conductas imprudentes y a veces fatales. La psicología del “FOMO” (fear of missing out o miedo a quedarse fuera) se entrelaza con la competitividad inherente a las redes sociales, haciendo que cada clic, cada comentario y cada “like” se transformen en un premio que, paradójicamente, expone a las personas a peligros reales.
Una guerra silenciosa en destinos turísticos
Los rincones más espectaculares del planeta –desde la ruta ferroviaria de Sri Lanka, considerada una de las más bellas, hasta acantilados en Italia y Bertioga en la costa brasileña– se han transformado en escenarios de tragedia por la “guerra por los likes”.
En 2015, un turista alemán cayó de un acantilado en el norte de Italia en su afán por capturar la imagen ideal.
Un joven de 27 años se precipitó en Cantão do Indaiá, en la costa de São Paulo, al intentar inmortalizar su hazaña.
Casos adicionales se han registrado en Turquía, donde un excursionista perdió la vida al intentar capturar un selfie en una empinada ruta escénica, y en Islandia, donde la imponente belleza natural se ha cobrado otras víctimas por conductas arriesgadas en busca de popularidad.
El precio oculto de la fama digital
La irrupción de las redes sociales como atajos para descubrir destinos ha revolucionado el turismo, permitiendo que aquellos lugares remotos sean accesibles con un simple “scroll”.
Sin embargo, esta conexión instantánea tiene un costo: la superexposición digital afecta no solo la integridad de los ecosistemas y la tranquilidad de barrios tradicionalmente silenciosos, sino también la seguridad del viajero.
El “surf” en el metro de Nueva York o escalar una cascada australiana se han normalizado en aras de conseguir la foto ideal. Pero la realidad es otra: al transformar lo sublime en espectáculo personal, se corre el riesgo de banalizar la muerte y exponer la vida a situaciones límite.
En este contexto, la experiencia en un lugar como la playa de Tulum adquiere una dimensión dual: por un lado, la paz y la conexión con la naturaleza –como la de observar una majestuosa mantarraya nadando en las aguas cristalinas–; por otro, la perturbadora imagen de jóvenes que, en un intento desesperado por “posear” con una tortuga, ponen en riesgo su vida y la de la fauna local. Este contraste pone en evidencia la lucha interna de una sociedad digitalizada en la que la autovaloración se mide en interacciones virtuales, a menudo en detrimento del bienestar real.
Reflexiones para el viajero consciente
Más allá de las estadísticas y los trágicos titulares, este fenómeno invita a repensar la naturaleza del viaje en la era digital. La mente humana, alimentada por la inmediatez y la aprobación virtual, a menudo sacrifica la cautela ante la promesa de una fama efímera en línea. Los viajeros deben ser conscientes de que, al posponer la reflexión sobre el riesgo y la seguridad, se convierten en actores de una narrativa donde la autovaloración se compra con imprudencia.
Las agencias de viajes y comunidades turísticas tienen la responsabilidad de educar sobre la importancia de respetar tanto el entorno natural como la propia integridad, fomentando una cultura donde el “selfie perfecto” no justifique poner en peligro la vida.
Para aquellos que anhelan explorar el mundo, quizá la verdadera aventura consiste en contemplar el paisaje con una mente serena, dejando que la experiencia hable por sí misma, sin necesidad de exponer la vida a la vorágine de la fama digital. Porque, al final, la esencia de viajar reside en la conexión genuina con el destino y en la construcción de recuerdos que no se midan en “likes”, sino en momentos significativos que nutran el alma.
Este análisis nos invita a reflexionar sobre cómo las redes sociales han transformado nuestras percepciones y comportamientos, y cómo podemos reconectar con una forma de viajar que priorice la seguridad, la autenticidad y el respeto hacia nosotros mismos y hacia los lugares que visitamos.