¿"Americanos" o "estadounidenses"? El debate lingüístico que enciende el continente
La costumbre estadounidense de referirse a su país como "América" y a sus ciudadanos como "americanos" genera controversia en el resto del continente, una práctica con raíces históricas en la colonización británica y una peculiar visión geográfica que a menudo ignora la rica diversidad del hemisferio.
El uso del término "americanos" por parte de los habitantes de Estados Unidos, lejos de ser una simple elección lingüística, desvela una compleja historia y una particular concepción de su relación con el resto del continente.
Inicialmente, tras el bautizo del Nuevo Mundo en honor a Américo Vespucio, el gentilicio "americanos" se refería a los pueblos originarios del vasto territorio. Con la llegada de los colonos europeos, el término se extendió para designar a aquellos nacidos o asentados permanentemente en las nuevas tierras, sin distinguir nacionalidad. Así, coexistían "españoles americanos", "portugueses americanos" y, por supuesto, "británicos americanos".
Sin embargo, la independencia de las trece colonias británicas trajo consigo la necesidad de un nombre para la nueva nación. Sorprendentemente, optaron por una denominación descriptiva: "Estados Unidos de América". La Declaración de Independencia misma utilizaba esta frase como un nombre común, reflejando la primacía que los padres fundadores otorgaban a sus estados individuales. Fue la perspectiva externa, particularmente de los británicos que luchaban contra la independencia, la que popularizó el término "americanos" para referirse colectivamente a los habitantes del nuevo país, ante la ausencia de un gentilicio propio en inglés.
Con el tiempo, se aceptaron ambas formas: "americanos" y "estadounidenses", este último empleado principalmente para evitar confusiones con los habitantes de otros países del continente. No obstante, la ausencia de un equivalente natural a "estadounidense" en inglés consolidó el uso de "americanos".
La controversia se intensifica al considerar la visión geográfica predominante en Estados Unidos, donde a menudo se distingue entre América del Norte y América del Sur, relegando la denominación "América" a su propio territorio. Esta perspectiva contrasta con la visión unificada que prevalece en gran parte de Latinoamérica, donde "América" abarca todo el continente. La lingüista citada en el texto original subraya esta desconexión, señalando la dificultad que muchos estadounidenses tienen para nombrar tres países en "América", al identificar el término casi exclusivamente con su nación.
Otro aspecto relevante es la dinámica identitaria dentro de Estados Unidos. Mientras se utilizan gentilicios compuestos como "afroamericano", "asiático-americano" o "nativo americano", la población blanca de origen europeo se resiste a la etiqueta de "europeo-americano". Esta reticencia, según el análisis, revela una identidad nacional construida más sobre la política y la noción de supremacía blanca que sobre una inclusión equitativa.
La apropiación territorial y simbólica también juega un papel. El caso de Hawái, anexado en 1898 y cuyos habitantes fueron catalogados como "americanos" tras el ataque a Pearl Harbor, ilustra cómo Estados Unidos ha extendido su identidad a territorios incorporados, consolidando aún más la identificación de "América" con su propio proyecto nacional.
En última instancia, la cuestión de cómo denominar a los habitantes de Estados Unidos en inglés sigue abierta, con propuestas provocadoras como "eurogringos" que buscan desafiar la arraigada, aunque para muchos excluyente, costumbre de autodenominarse simplemente "americanos". La persistencia de este debate subraya la importancia del lenguaje en la construcción de la identidad y la percepción de las relaciones intercontinentales.